domingo, 8 de septiembre de 2013

Comparto mi tesoro.

Boro vino definitivamente a alegrarme los días, y no porque mis días hubieran estado revestidos de tristeza antes de su llegada sino porque desde que comenzamos a compartir y vivir momentos juntos yo me di cuenta que lo verdaderamente importante es realmente (permítaseme hacer alusión directa al texto de la historia de Antoine de Saint-Exupéry, El Principito) "invisible a los ojos".
Todo cobra otra dimensión cuando se lo pasa por el tamiz del corazón, cuando no se hace ya foco en lo malo y opaco de esta vida como por ejemplo la agresión, la envidia, el enojo, el grito, la maldad y tanta otra cosa fea de la que se hace uso y que viene a deformar el hermoso camino de vivir libre y pacíficamente en este mundo.
Y Boro vino a enseñarme a perder y terminar con todo esto. Él, inconmensurablemente puro y feliz, a la vez que despreocupado y relajado como cualquier otro animal, representa en mi camino esa luz que me muestra que siempre se puede ir por un sendero mejor y más brillante que haga que saque mayor provecho personal mientras lo transito, junto a Él por supuesto, no esperando otra cosa que ser Feliz.
Toto, como lo llamo cariñosamente a mi Boro, es un enorme motivo de felicidad para mi y espero ser yo también algo parecido para Él. Lo amo y su compañía viene a acercarme cada vez más a ese lugar en el que se puede prescindir de todo menos de la necesidad de querer ser siempre mejor, es decir más bueno y sin nada de maldad; una meta constante que cuesta mucho y siempre se está por alcanzar pero que a su vez tanto dignifica en ese metier de alcanzarla.
Por esto, por su infinito valor emocional y afectivo, Boro me hace cada día la persona más feliz que hubiera imaginado ser, y en esta felicidad me expreso, navego, y comparto, haciéndolos partícipes (si les interesa, claro) de tan preciado tesoro. Del de la felicidad hablo, claro, a ese tesoro me refiero; el otro, el de mi Boro, permítanme guardarlo para mi solito.