jueves, 25 de febrero de 2016

La magia nos tocó a mi Boro y a mí esta tarde. Créanme que así fue.

Algo maravilloso acaba de pasarnos a Boro y a mí al finalizar la tarde de este jueves. Pero maravilloso realmente.
Estábamos sentados uno junto al otro, en el parque, mientras yo leía a Houellebecq y Él descansaba con estos primeros frescos que estamos sintiendo en este febrero en la ciudad, y una mariposa, increíblemente bella y graciosa en su forma de moverse, nos sobrevoló, a mí frente a la altura de mis ojos planeando y manteniéndose suspendida de una forma única que solo se ve en las películas y a Él sobre su lomo en toda su extensión hasta llegar a su cabeza; primero acercándose a mí en su sobrevuelo y posándose sobre las hojas del libro abierto que tenía en mis manos mientras la observaba, y luego haciendo el recorrido que comenté sobre mi Boro para posarse también sobre su cabeza a la altura de sus orejas y, entonces sí, una vez hecho todo este mágico espectáculo, retomar su vuelo muy tranquila, pasando nuevamente frente a mí, para perderse finalmente en la inmensidad del anochecer.
Cabe agregar que nosotros estábamos sentados en un monumento de esa plaza pública que está muy iluminado, como pueden ver en la fotografía que tomé ni bien ocurrió lo que les cuento, y que por lo tanto esa luz casi excesiva, que servía para que yo pudiese leer a pesar de haber caído la tarde, hizo que este ser volador se viera tan radiante, luminoso y perfecto.
A decir verdad no sé cuáles fueron las causas reales de la grandeza de lo experimentado ni puedo atribuírselas a nada específico, pero sí sé que ese breve instante que no habrá durado más de 10 o 15 segundos me provocó una alegría extraña (de hecho me sonreí, porque lo recuerdo muy claramente) y sentí algo así como si hubiéramos sido mimados mi Toto y yo, o visitados, si se quiere, por algo o alguien muy especial que solo se acercó a nosotros para tocarnos, hacernos sentir bien y seguir su camino. Fue mi pecho el que se emocionó y me hizo sentir lo que les cuento.
Fue hermoso. Realmente no sé si habré podido llegar a describirlo con la total intensidad de lo que representó para mí, y espero que para mi Boro también; pero me encantó vivirlo sin haber estado a la espera de nada esa tarde, y ser capaz de permitirme experimentar este tipo de cosas sin mayores vueltas que las de "si pasan, ¡bienvenidas y bien disfrutadas sean!"

Además, ya se sabe que todo en mi vínculo con Boro es diferente a lo veloz y locamente empedernido que se da todo en el carril de la vida cotidiana, así que no es de extrañar que vivamos juntos, por supuesto, estos regalos que el Universo nos hace, seguramente porque sabe que nos hacen bien y no los dejamos pasar sin prestarles su debida atención.

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