miércoles, 3 de octubre de 2012

Siempre lo creí, lo creo, y lo seguiré creyendo.

Cuando observo alguna reacción inesperada, como fea, de algún perro que se acerca a Boro o viceversa me sigo sorprendiendo de porque reaccionarán mal algunos perros aunque del otro lado tengan toda la buena energía canina y la bondad por delante como ocurre cuando algún perro lo tiene a Boro frente suyo.
Después caigo en la cuenta de que no todos los perros son mi Boro, ni todos han recibido en toda su vida sólo amor a cambio de todo lo que han hecho.
También es cierto que algunos que han recibido (supongo) afecto y amor de parte de su familia humana son igualmente agresivos, tanto o más que aquellos callejeros que seguramente han tenido una dura vida con peleas, desprecio y todo tipo de vapuleos. Aunque debo reconocer que en la mayoría de los casos, los perros de la calle no pelean sino es para defender un trozo de comida (se entiende que debe ser un tesoro al que cuando lo consiguen lo defienden con uñas y dientes) o su lugar (aunque sea un pedazo de plaza pública si es donde ellos moran también se entiende que lo asuman como su casa, de su propiedad, y lo defiendan de extraños que osan pasar por allí).
Es así que siempre las peores sorpresas me las he llevado (y se las ha llevado mi perro) con perros que van con sus dueños y que a no ser que sean maltratados por ellos, tienen muy poca -y mala- predisposición para relacionarse con otros perros, cuando no con personas también.
Siempre creí, creo, y lo seguiré creyendo, que si se aplica (y hablo específicamente de perros que viven con familias humanas) una correcta educación y sociabilización, y se ofrece además amor en retribución de lo que se aprende y amor en cualquier y todo momento del día, los perros serán como el hermoso Boro que tengo la suerte de tener compartiendo mis días junto a mi. Un perro noble, sociable, fiel y amoroso con todos los seres vivos que se le acercan.
Mírenlo sino, una imagen vale más que mil palabras.



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