jueves, 4 de julio de 2013

Afortunados y Elegidos.

Boro, el perro que es el único protagonista de este blog en el que yo vendría a ser el puente secundario entre su vida y todos los que se interesan en conocer y apreciar algo de ella a través de las múltiples facetas en las que la comparto en este mismo sitio, tiene en su ser los más bellos rasgos e instintos de bondad que día a día sigo descubriendo y que me emocionan al saber que en parte de esa manera de ser algo debe contar el trato recibido y el vínculo generado entre Él y yo.
Todo en la vida -dicen algunos- es una serie de sucesos que se van desencadenando para determinar "algo" en determinado tiempo y lugar. Yo creo que, ateniéndome a este criterio, el confluir en un momento exacto de los caminos de un perrito recién nacido -de unos 50 días aproximadamente- y una persona que buscaba la compañía de un ser de esta especie ha sido producto de la magia y de la buena estrella que cada uno, hombre y animal, tiene en su destino esperando activarse para otorgar lo mejor de lo mejor a quien corresponda.
Es así que cada tanto viene a mi la sensación de que justo nos encontramos Boro y yo, y no fue otro perrito el que me invito a mirarlo y a mimarlo para ya nunca más dejar de amarlo y cuidarlo, porque así debía ser. Los dos nos merecíamos. Definitivamente.
La verdad que sí, debía estar escrito en alguna página de la vida que debíamos hallarnos y que era indefectible que yo postergara ese deseo que me acompañaba desde hacía tiempo para llevarlo a cabo en el momento preciso en el que pudiera descubrir a Boro, encontrarlo, y elegirlo (dejándome elegir por Él en realidad), ubicado en un lugar tan distante a mi casa, y después de tanto averiguar y haber visto, buscando y moviéndome para ver que salía de esta búsqueda.
Y sí, reitero, era así; debíamos encontrarnos ese perrito que pasaría a llamarse Boro y esa persona que lo imaginaba y esperaba, o sea, yo. Y era "ese", o mejor dicho "este", el que ven y que acompaña mis días, el que tenía que aparecer ante los ojos de mi corazón. Él y ningún otro. No hay otra.
Por eso, en el redescubrimiento continuo de todas estas cosas es que me sorprendo gratamente una y otra vez, late mi corazón, y se expande mi pecho de emoción en esta interminable dicha y felicidad de sabernos tan afortunados y elegidos, mi Boro y yo, en esta vida.

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