miércoles, 24 de abril de 2013

Siempre a mis pies.

Siempre allí, y no precisamente como un símbolo de servidumbre o esclavitud de Él hacia mi sino como un reflejo de la fidelidad, el amor y el cariño que me profesa y nos profesamos mutuamente desde el día que comenzamos a compartir el camino de nuestras vidas haciendo de este tramo del mismo un brillante y hermoso momento plagado de felicidad y dicha, de esas que emocionan y alimentan el alma transformándonos en los seres más felices y haciéndonos adquirir la sabiduría que nos hace entendernos a cada uno a su manera y según las situaciones y momentos que interactuamos entre los dos, llenando nuestros corazones de la más inmensa y bella armonía de no necesitar de nada más que de nosotros mismos para ser plenos e íntegros.

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